sábado, 18 de mayo de 2019

LA MALA HORA DE LA IZQUIERDA


Comentario 29/04/2019

LA MALA HORA DE LA IZQUIERDA

Por: Carlos Alberto Mejía Cañas
Ingeniero Industrial y Administrativo
                                                                                                              http:/reflexiones-de-cam.blogspot.com

En Latinoamérica, durante los últimos 20 años “el péndulo regresó”, ya quedan pocos de los gobiernos que se fueron caracterizando por personajes reconocidos dentro de los movimientos políticos de la izquierda radical, quienes pregonaron la primacía del Estado sobre el sector privado, la centralización del poder, desarrollaron discursos populistas y/o de nacionalismo extremo, con conductas, en la mayoría de los casos, fuertemente autocráticas y, en otros, de verdadero corte fascista.

Nos referimos a gobiernos como, por citar sólo los más representativos, los de: Cuba (los hermanos Castro y su camarilla comunista), en Venezuela (Chaves y Maduro), en Brasil (Lula da Silva y Dilma Rousseff), en Argentina (los Kirtchner), en Nicaragua (Ortega), en Bolivia (Morales), en Ecuador (Correa) y en Colombia (Juan Manuel Santos y su proceso de paz, favorecedor de la impunidad para las FARC).

En los últimos años, en este tipo de casos, como en muchos otros, los gobiernos trasformaron su gestión política y administrativa en modelos cada vez más radicales, con matices desde el centro-izquierda en muchos casos, hasta la izquierda pura en algunos otros. Su inicio, como modelo de gobierno, parecía salvador y trasformador para las comunidades, con un claro discurso económico y social en favor de las clases menos favorecidas, y con modelos de gobierno rodeados de supuesta legalidad, transparencia y equidad.

Desafortunadamente, el tiempo demostró la inconveniencia de esos Gobiernos por una de tres causas: ineficacia en la obra de gobierno (no cumplieron lo que prometieron), en segundo lugar, se volvieron gobiernos autocráticos y, en muchos casos cleptocráticos (gobierno de ladrones) con todo tipo de delitos por corrupción, en connivencia con sus partidos políticos y con empresarios privados o con mafias internacionales, y en tercer lugar, con la comisión de graves delitos de lesa humanidad como torturas, encarcelamiento forzado, persecución política, restricción de libertades políticas y de movilidad, etc.

Las dos situaciones en extremo dramáticas son las de Cuba y Venezuela, cuyos gobiernos totalitarios y sus camarillas han destruido la iniciativa privada y han restringido todo tipo de libertades ciudadanas. Ambos gobiernos comparten, además, acusaciones de favorecimiento al narcotráfico o al lavado de activos, para su beneficio. También con la usurpación y concentración de todos los poderes públicos en cabeza de los respectivos mandatarios, la “destrucción o persecución” total de los partidos políticos opositores, la desaparición de las legítimas instituciones y la interpretación a su amaño de la Constitución y las leyes.

Brasil y Argentina comparten sendas acusaciones de grave corrupción en sus últimos gobiernos. El de Lula, por ejemplo, quien paga una condena de doce años con acusaciones de corrupción y favorecimiento, como en los casos de Odebrecht y Lava Jato. Por su parte la señora Cristina de Kirtchner está acusada de corrupción y saqueo de los recursos del Estado, tiene siete investigaciones en su contra, además de abuso de poder, pero no se le puede detener por su condición de senadora, pero algún día tendrá que pagar la sanción penal, social y moral por sus delitos.

En Nicaragua, Ortega, se ha convertido en un dictador, con fuerte represión a la oposición política y gran saqueo al Estado. El y su familia han transformado ese país como en un “predio privado”, donde ellos toman y ejecutan todas sus decisiones sin respeto por la constitución, las leyes o los derechos humanos más elementales.

Otro tanto sucede en Bolivia, donde Morales, con miles de argucias políticas quiere reelegirse eternamente, si bien ya hubo un plebiscito que votó ampliamente para prohibirlo, y además, concentra en él las decisiones de todas las instituciones del Estado. En este caso no ha sido acusado directamente de corrupción, aunque sí de la explotación de la coca y del lavado de activos que se produce en su país. El régimen es considerado como opresor y totalitario por sus opositores.

En Ecuador, el señor Correa, dejó una estela de división y odio entre partidarios y contrarios políticos, él está siendo acusado por graves casos de corrupción en contratos de infraestructura y también por graves violaciones a la Constitución del país. De hecho está exiliado en Bélgica y tiene orden de captura si ingresa a su país.

Por su parte, Juan Manuel Santos en Colombia, quien fue elegido por movimientos de centro y derecha en su primer gobierno, se hizo elegir por movimientos de izquierda en su segundo período, contando con la excepcional actuación de Gustavo Petro en Bogotá, quien fuera prácticamente su elector. No es difícil colegir la orientación de su gobierno centrado en la negociación de un proceso de paz, asesorado por miembros de la izquierda mundial, provenientes del Perú, España y Argentina, proceso que aún no demuestra sus garantías de verdad, justicia, reparación y no repetición a través de la JEP, a medida que pasan los años. Pero, además, como gobierno, el de Santos está acusado de graves problemas de corrupción/mermelada que han conducido al país al mayor déficit fiscal y al mayor endeudamiento público de toda su historia, sin saberse muy bien todavía qué se hizo con el dinero, porque en obras pocas se vieron. Aún no se define, por el fiscal ad hoc nombrado en Colombia, la participación directa de Santos en el caso Odebretch (como ha sucedido en Perú, Brasil, Panamá, el Salvador, etc.), aunque ya hay miembros de su gobierno acusados o condenados.

En el caso de Colombia, además, de acuerdo con los hechos imputados a miembros de la izquierda, por razones diversas de índole legal, se ha descalificado recientemente: a Petro, como potencial candidato presidencial, por desafueros o delitos en su alcaldía en Bogotá y se le ha negado la personería de su partido por el no cumplimiento de requisitos. A Ángela María Robledo, la Vice de la fórmula de Petro, por haberse hecho elegir por el movimiento de la Colombia Humana sin renunciar a la Alianza Verde a la cual pertenecía, como era legalmente necesario para evitar la doble militancia. EL último desafortunado suceso, para la izquierda colombiana, es la anulación de la elección de Antanas Mocus como senador, ya que no debió postularse a ese cargo por estar inhabilitado, por los contratos para promover la paz suscritos por la Fundación Corpovisionarios con el Estado –su fundación y dónde él tenía la representación legal.

Los solos casos mencionados, por notorios se resaltan, pero existen muchos más que están afectando la credibilidad política, la idoneidad y la transparencia de algunos de sus miembros de los movimientos de izquierda, donde se ha pasado por alto las normas legales y éticas para obtener beneficios personales y familiares y/o para beneficiar a sus correligionarios, partidos favorecedores y relacionados.

Es, por consiguiente, como hemos visto, la mala hora de la izquierda radical.

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