Comentario 27/01/2020
LA ÉTICA EN LA VIDA COLOMBIANA
Por: Carlos Alberto Mejía Cañas
Ingeniero Industrial y Administrativo
http:/reflexiones-de-cam.blogspot.com
En las últimas semanas, y en
forma reiterada, aparecen noticias sobre índices de corrupción en diferentes
países del mundo, donde Colombia, lamentablemente, ocupa los primeros lugares,
inclusive para algún medio de comunicación internacional, ocupa el primer lugar,
opinión que no mejora entre los años.
Detrás del fenómeno de la
corrupción se mueven los grandes delitos del país, pues tanto hay corrupción al
violar la ley para el propio beneficio, como al desviarla en su aplicación para
favorecer intereses particulares, afectando en forma simultánea y frecuentemente
las finanzas públicas o los intereses económicos y los derechos privados.
La corrupción es tan recurrente
que se vuelve una costumbre, la cual, al parecer, forma parte del paisaje, como
que ya no importara, mandando el mensaje “si todos son corruptos, entonces
yo también”. Lo que explica este fenómeno es nuestra propia posición cultural como
colombianos, débil en conducta ética para acatar las leyes y los buenos
comportamientos en lo que representan como deberes, derechos u obligaciones y en
el respetar el interés colectivo o el interés individual con todo celo,
integridad y corrección.
Tanto las personas como las
empresas, los órganos del Estado en sus tres ramas de poder y sus organismos de
vigilancia y control y otras organizaciones sociales como los partidos
políticos, las asociaciones y fundaciones de diferente índole, asumen pensamientos,
actitudes y actuaciones que favorecen o bloquean las conductas y los
comportamientos éticos. Examinemos el tema, para poder extraer algunas
lecciones y conclusiones.
La ética se refiere a las conductas racionales que guían
el comportamiento y las relaciones entre los seres humanos, las cuales suelen
ser de carácter universal, es decir, aceptadas por todas las sociedades, nos
referimos por ejemplo, y para citar sólo algunos casos, a: el cumplimiento de
la ley y del deber, la honestidad, la justicia, la rectitud, la integridad, la
transparencia, el respeto, entre otros, todos los cuales significan una
actuación racional y emocional apropiadas para propiciar las buenas relaciones
entre las personas, ya que preservan el interés individual y el general.
Con facilidad puede
entenderse que los principios éticos suelen influir en las conductas de las
personas. La honestidad, por ejemplo, suele ser un valor en todas las
civilizaciones y es sancionable por la ley cuando se contraviene, además es
considerada como indispensable para una buena convivencia. Si pensamos con
principios y valores éticos, actuamos con formas y conductas correctas para
promover el bienestar y la relación armoniosa entre las personas. Lo contrario
será una fuente de agresión, rechazo, afectación de los otros, que se
convertirá en una fuente multiplicada de falta de convivencia y finalmente
fomentará la violencia. No es casual, entonces, que también tengamos uno de los
índices de homicidios más altos del mundo por cada cien mil habitantes.
Buena parte de las
problemáticas sociales, económicas y políticas que están presentes en las
comunidades, en el Estado y en las empresas, surgen de conflictos frente a la
ética y a la transposición de los valores, los cuales, al no practicarlos con
rigor, conducen a considerar como adecuados comportamientos erróneos tales
como: el enriquecimiento fácil, la maledicencia, la corrupción, el fraude, la
violencia y la injusticia, como si fueran aceptables en la cotidianidad. Personas
que son ventajistas en los negocios, son calificadas como “hábiles para los
negocios”, no como tramposos y, por ende, no se sanciona su conducta. Los
corruptos, por ejemplo, hasta son socialmente aceptables y destacables en
muchos medios sociales, por el resquebrajamiento de los valores y los
principios a que hemos llegado.
Desafortunadamente, tanto en
la vida personal, como en la laboral o profesional, se presentan desviaciones
frente a los principios éticos, a las conductas morales y a los valores
culturales, lo que afecta todo el entorno en el que nos desenvolvemos. Lamentablemente,
también, estos males que aquejan a las personas, también se presentan en las
instituciones de gobierno, las empresas privadas, con o sin ánimo de lucro, y
en general en las clases políticas o en la función pública, donde con
frecuencia la corrupción campea.
En esas condiciones, no se
puede aspirar a ser sociedades de progreso, de prestigio, competitivas, amables
y amigables, donde el desarrollo y crecimiento de las personas, sus familias,
sus emprendimientos y sus instituciones se puedan desenvolver y avanzar cada
vez más.
Bien haríamos todos y cada
uno, desde la actividad cotidiana personal, familiar o profesional, en
introducir como un valor sustancial para la vida, la dignidad y el progreso,
las conductas éticas como valor esencial. Recordemos, además, que, en primer
lugar, son la familia y el colegio quienes inculcan en los jóvenes los principios
éticos, las conductas morales y los valores culturales.