Comentario
8/10/2018
Por: Carlos Alberto Mejía Cañas
Ingeniero Industrial y
Administrativo
Desde que un conocido ex –
ministro, Juan Carlos Echeverri, emitió el concepto “hay que poner mermelada en
toda la tostada” para referirse a los “beneficios” que se debían otorgar a determinados
integrantes de la clase política por sus trámites favorables a las iniciativas
del Gobierno en el Congreso o en los demás organismos del Estado, el país acuño
el término mermelada como sinónimo de corrupción. Estos beneficios se referían
al otorgamiento de cargos públicos, al favorecimiento ante los entes del Estado
o, inclusive, a compartir parte de las erogaciones presupuestales dirigidas a
determinados proyectos de desarrollo, regional o nacional, en forma directa o
indirecta para engrosar los bolsillos de los involucrados en Colombia o en el
exterior.
En realidad tenemos que decir
que esa mermelada se repartía por “toda la tostada” tanto en el sector público
como en el sector privado, por mecanismos diversos de contratación o licitación
del Estado o por el propio sector privado en sus “amigables composiciones” para
ganarse las licitaciones del Estado, como en el caso de Odebrecht en los
contratos de vías 4G, por ejemplo.
Desafortunadamente, el
concepto de la mermelada se generalizó e invadió también las campañas
políticas, con un poder corruptor inimaginable y terriblemente pernicioso. Así,
muchos de nuestros gobernantes, empresarios o miembros de la clase política
gozan del despreciable calificativo de estar “enmermelados” y,
desafortunadamente, sin ningún tipo de censura, sanción o castigo eficaz de la
justicia o de la sociedad.
Esta costumbre de enmermelar
para poder actuar se volvió práctica corriente en la relación de los órganos
del poder público (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) tanto como en los
organismos de vigilancia y control, entre ellos mismos y con las entidades
privadas, a tal punto que los asuntos de interés para el país, para poder
desarrollarse, quedan supeditados al “color, sabor y cantidad” de la mermelada disponible.
Hay verdaderos líderes en este
tema y grupos vinculados a la mermelada, los cuales ya se denominan como
carteles, como los famosos noños, o los carteles de los contratos de obras
públicas, los de la hemofilia, la educación, la salud, las pensiones, la
justicia, etc. Terrible práctica que echó raíces en nuestra cultura y
costumbres con los más perniciosos y nocivos resultados para la ética pública y
privada, y para la eficiencia y la eficacia del país como productor de bienes o
servicios.
De hecho, esto es parte del llamado
“costo país”, es decir, el costo adicional de hacer las cosas bien en Colombia
debido a sus condiciones de infraestructura, desarrollo, legislación, trámites
y coimas, frente a países de condiciones comparables.
Por ejemplo, el país paga un
sobre-costo en el precio de los bienes y servicios debido al costo de su
operación logística, por la mala dotación de vías o su deficiente
infraestructura de transporte terrestre, marítimo o aéreo, además por tener
centros se producción muy lejos de las costas para poder exportar/importar.
Así mismo puede argumentarse
que el país paga un costo adicional por concepto de mermelada para toda la
tostada, lo cual lo deja en posiciones competitivas y de desarrollo con un gran
atraso frente a lo que se podría disponer por sus condiciones geográficas, de
climas, territorios, ciudades y dotación industrial agropecuaria, minera,
energética y de servicios sociales. Además frente al natural y notable ingenio
de los colombianos para hacer “empresas y empresarios” formales e informales.
Es indudable que Colombia,
desafortunadamente, tiene un gran costo país por su atraso en muchos frentes de
su desarrollo, pero, sin lugar a dudas, buena parte de este atraso se debe
también a la cultura y costumbre de enmermelar para poder actuar. ¿Y cómo
hacemos para afrontar esta maligna herencia de nuestro pasado y obrar con juego
limpio en los asuntos del Estado?
Por supuesto podemos decir que
se requiere una vigilancia, control y justicia que castiguen con severidad
estos actos y lo debemos tener, pero, ¿cuando la sal se vuelve insípida, con
qué se salará? Desgraciadamente, estos mismos organismos y poderes están
untados frecuentemente de la misma mermelada.
El gobierno Duque- Ramirez le
ha planteado al país una nueva regla de juego en los asuntos del Estado, no
usar la mermelada como condición para su buen funcionamiento, pero, como
consecuencia, se ha creado una reacción inconveniente en la clase política,
fruto de la enraizada cultura y la mala costumbre de enmermelar para poder
actuar.
Además, este gobierno ha
planteado un gabinete de ministros técnicos e independientes de la clase
política, sin consultar a los directorios políticos ni hacer milimetría con los
partidos en el congreso para buscar su apoyo en los asuntos prioritarios de país.
Sin embargo, a pesar del apoyo
ciudadano al nuevo presidente con la votación para su elección y del éxito de
la consulta anticorrupción, el resultado final es que ha perdido
gobernabilidad, es decir, capacidad para gobernar, especialmente frente al
Congreso y las Cortes. ¿Será posible que el país esté condenado a vivir
enmermelado y que los ciudadanos no podamos reaccionar frente a esta conducta
de muchos políticos?