Comentario 22/07/2019
¿NOS INTERESA LA POLÍTICA?
Por: Carlos Alberto
Mejía Cañas
Ingeniero Industrial y
Administrativo
http:/reflexiones-de-cam.blogspot.com
La política es el arte
de gobernar en favor de la comunidad, administrando los temas y los bienes del
Estado, para promover relaciones de concordia, progreso y justicia entre todos
los ciudadanos. En efecto, el Estado, a través de las tres ramas del poder
público (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) administra los asuntos de interés
público en representación de la ciudadanía que los elige para defender sus
intereses y sus derechos, así como hacer cumplir sus deberes.
Así definida y
cumplida, la política debería ser sujeto de todo tipo de acompañamiento por
parte de los ciudadanos, quienes acatarían con fervor sus actos y
disposiciones. Sin embargo, en Colombia, qué lejos estamos de estas
definiciones y percepciones. En las encuesta de opinión es un lugar común la
baja popularidad del Congreso y sus congresistas (menos del 30% de
favorabilidad, es decir, más del 70% de opinión negativa), quienes representan
o dicen representar a la ciudadanía en sus intereses y en la defensa de los
asuntos del Estado.
Sin embargo, y contadas
excepciones, que por pocas se destacan, lo que los ciudadanos observamos es corrupción,
politiquería, defensa de intereses privados o individuales, aprovechamiento de
los bienes del Estado y permisividad de la justicia para esos “representantes”
del pueblo. Todos los días en las noticias de los medios de comunicación
aparecen nuevos hechos de dolo y afectación de los intereses públicos,
acompañados de ineficacia, demora o lenidad para sancionar a los causantes, tales
que abruman por su evidente sesgo e interés en defender los culpables más que
los intereses de la comunidad. En realidad, los sancionados políticos y funcionarios
públicos son tan pocos y son tantos los que terminan evadiendo la justicia, con
tan variados esguinces, que es notorio el que es verdaderamente reprendido y
privado efectivamente de su libertad o inhabilitado en su derechos frente al
Estado. Por esos hechos a muchos no nos interesa la política.
La corrupción carcome
los ámbitos publico especialmente, pero no es ajena al sector privado, mirar
por ejemplo el caso Odebrecht, que compromete por igual a vinculados a la
actividad pública y a la privada, incluyendo las más altas esferas del Estado,
desde el Presidente de turno, Juan Manuel Santos, hasta un variado surtido de
integrantes de la clase política, empresarial y directiva.
Las coimas y las
“participaciones” o generosas contribuciones están presentes en muchos de los
contratos del Estado, por ejemplo, lo que se ha visto en las Rutas del Sol y
las vías 4G o en otras obras de infraestructura, para citar solo esos casos. Pero
no es sólo corrupción en términos de dinero, a todo esto se une el despilfarro,
los contratos amañados, los cargos públicos ocupados por relacionados, las
prebendas o la multiplicidad de formas y afectaciones de los intereses públicos
y sus presupuestos nacionales o regionales.
Por otro lado, tan
grave como la afectación de los presupuestos e inversiones públicas, son las
violaciones permisivas a las leyes electorales, a la justicia, a los trámites y
reglamentos, a los requisititos y cumplimientos que frecuentemente se vuelven
un freno, si no hay partición de beneficios, o un acelerador, en el caso que la
haya, en las gestiones con órganos del Estado. La polarización de los
ciudadanos en Colombia está alimentada por hechos de corrupción en el
plebiscito donde ganó el no y se aplicó el sí o en los trámites fast track en
el Congreso, donde se violaron todas las normas y procedimientos
reglamentarios, según sus promotores, “todo en beneficio de la paz” y por
supuesto del Nobel de paz y de la impunidad en los delitos de lesa humanidad de
los cabecillas de las FARC.
Con tantos antecedentes
de corrupción y tantas triquiñuelas de la clase política es muy difícil creer
en la política y en los políticos. Se nos trata de antipatriotas y egoístas por
no apoyar esos movimientos que se dicen salvadores de la comunidad y defensores
del progreso y bienestar, los cuales, una vez en el poder, utilizan todos los
recursos del estado para favorecer sus intereses individuales, de los partidos
políticos o de verdaderos carteles de fraude al Estado. De nuevo, por pocas,
son notorias y relumbrantes las excepciones a esta perniciosa conducta. Así, si
comparamos las definiciones del comienzo de este comentario sobre la política con
lo que vemos todos los días en la clase política Colombiana, confirmamos aún
más que hay muy pocos en quienes creer, y menos en quienes confiar.
Se aproximan las
elecciones regionales y de nuevo suenan “los cantos de sirena” de la solución a
todos los problemas comunitarios que están en la boca de los candidatos a todas
las corporaciones públicas y a los cargos de representación departamentales y
municipales. Es difícil creerles con tantos antecedentes que la historia
nacional y regional nos ofrece día a día. Sin embargo, gobernantes y representantes
vamos a tener, y necesitamos tener, por lo cual hay que hacer un esfuerzo de
voluntad y convicción en escoger los mejores, los que nos ofrezcan una
trayectoria de servicio a la comunidad limpia de corrupción, ventajismos o
amiguismos, además, personas idóneas y capaces, no por su caudal político sino
por su caudal intelectual, lleno de experiencia y buen criterio.
En fin, habrá que tomar
decisiones, gústenos o no la política, por lo cual invito a todos, y especialmente
a los jóvenes con su mente abierta y limpia de las experiencias del pasado, a
escoger lo mejor que su buen criterio les indique, así tendremos paulatinamente
una renovación política frente a los caciques tradicionales y la superación de las
perniciosas costumbres de nuestra política tradicional. Necesitamos una nueva
política y nuevos, idóneos e incorruptibles líderes políticos.