martes, 10 de septiembre de 2019

¿SI YA NO CREEMOS, QUÉ HACEMOS?


Comentario 10/09/2019

¿SI YA NO CREEMOS, QUÉ HACEMOS?

Por: Carlos Alberto Mejía Cañas
Ingeniero Industrial y Administrativo
                http:/reflexiones-de-cam.blogspot.com

Se avecina el período de elecciones regionales, pero es tal la multiplicación de candidatos y el sin número de movimientos políticos y alianzas que temo pensar que los electores estarán muy confundidos, a todo lo cual se suma la falta de interés y de credibilidad en la clase política que se ha generalizado por todo el país.

Basta ver las encuestas de opinión más recientes con la desafortunada calificación negativa que actualmente caracteriza, con contadas excepciones, a los líderes políticos y sus partidos, a las ramas del poder público (ejecutivo, legislativo y judicial), los organismos de control, los instrumentos de la paz (la JEP, las FARC, la comisión de la verdad, los acuerdos y su implementación) a los candidatos y sus propuestas, todo lo cual se traduce en apatía y desconfianza.

Fenómenos como el Cartel de la Toga, la fuga de Santrich, el rearme y desafío de las llamadas disidencias de las FARC, la perniciosa participación de Odebrecht en las campañas políticas, el delito de corrupción presente en todas las esferas del Estado a través de la mermelada, los sobrecostos, las licitaciones o adjudicaciones a dedo, los cargos públicos amarrados a la política de turno y no a la competencia e idoneidad de los funcionarios, etc., etc., etc.

Por otro lado, los órganos de fiscalización, judicialización y control (Procuraduría, Fiscalías y Contralorías a nivel nacional o local) están saturados de indicaciones de corrupción, favorecimiento o desviación de las investigaciones, los fallos y las sanciones.

Hasta las llamadas campañas anticorrupción no han tenido eco ni respuesta en el Congreso de la República, si bien el sentimiento de apoyo del cual gozan por parte de la ciudadanía. Las investigaciones de la Comisión de Acusaciones del Congreso parece que nunca tienen acceso a las pruebas o aún teniéndolas no encuentran culpables, lo cual es inverosímil, por ser hechos del conocimiento público y comentario cotidiano en los medios de comunicación. Hasta la imparcialidad de la justicia está en veremos pues muchos de sus fallos tienen alcance político, con fuertes intereses particulares e increíbles sesgos, más que fundamento jurídico.

Últimamente, la falta de credibilidad ha contagiado también a la Iglesia, el ejército, la policía, el sistema electoral (por ejemplo, la segunda vuelta de Santos en su segundo mandato y su la financiación de dudoso origen o  legalidad, o los votos que aparecieron de un momento a otro). Hoy en día hasta la clase empresarial ha bajado de opinión favorable en su aceptación y respetabilidad.

En definitiva, en lo relacionado con los asuntos del Estado y la clase política, poca credibilidad se genera y por el contrario se ha desarrollado el sentimiento de  desconfianza, asombro y pérdida del motivación por dichos asuntos, los cuales, en la práctica, y a pesar de todo lo que sucede, gobiernan el funcionamiento del Estado y las relaciones de sus ciudadanos.

Y, cómo dice la Biblia, “¿y si la sal se vuelve insípida, con qué se salará?” (Mateo 5:13) Así le está pasando a la credibilidad ciudadana en materia electoral, sobre los partidos políticos, sobre el Estado y sobre el Gobierno, prácticamente: ¿si ya no creemos, que hacemos?

Mi opinión es que debemos ser muy responsables con la elección de los candidatos regionales, precisamente, porque ya no creemos, debemos ser más exigentes en conocer sobre su idoneidad, su capacidad, su honradez a toda prueba y su conducta ética y ciudadana. No es momento de no votar o votar en blanco, es el momento de comprometerse con el país en su probidad y transparencia y de esta forma obligar a la clase política y a los funcionarios públicos a ser íntegros y a ejercer una gestión pública llena de transparencia y pulcritud. De lo contrario no deberían ser nuestros representantes o llegar a ser los funcionarios de la administración pública. Independientemente de las convicciones políticas de los candidatos, las cuales también debemos conocer, más nos interesa saber de su competencia, capacidad, transparencia y conducta.

Esta visto, además, que en política las convicciones son moneda de cambio, con la cual se negocia con mucha facilidad. Es casi que inverosímil ver las alianzas que se forman en un momento dado entre opositores y contradictores que se manifestaban acérrimos opositores,  totalmente contrarios, y, a la hora de la verdad, los principios valen menos que los puestos o las convicciones políticas no sirven de nada frente a los contratos. Las ideologías políticas, en la práctica, se han vuelto letra muerta escrita en el papel, en los discursos, en las manifestaciones públicas de los partidos y sus candidatos.

Muy difícil creer y confiar, después de tanto palo que el elector ha tenido, con los hechos que todos los días son noticia en materia de corrupción, fraudes, componendas, favorecimientos, intrigas, chanchullos, feria de avales, etc., etc., etc. Sin embargo, Colombia sigue siendo de los colombianos, no de su clase política, somos cerca de 48 millones de ciudadanos que tenemos fe y esperanza en un país mejor para los de hoy y para los que nos sucedan. Se puede hacer, hagámoslo.

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