Comentario 15/02/2021
EL
PRECARIADO
Por: Carlos Alberto Mejía C.
Ingeniero Industrial y Administrativo.
https://reflexiones-de-cam.blogspot.com/
La
situación de deterioro económico y social de todos los países como consecuencia
de la pandemia y la parálisis de las actividades productivas como resguardo
para evitar la propagación de los contagios, ha traído como resultado graves
consecuencias en todo tipo de sectores económicos y sociales, en el gobierno,
en las familias y en las más diversas instituciones, con impactos en la salud,
la educación, la cultura, las actividades de recreación, familiares, de
relación y de bienestar y, por supuesto, en un sin número de empresas que han
visto alterada su normalidad.
Un
sector particularmente afectado es el de la ocupación productiva formal e
informal, pues hemos llegado a tasas de desempleo superiores al 15% de la
población activa, con registros de años anteriores cercanos al 10% y en
ocasiones inferiores. En Colombia más o menos la mitad de la población ocupada
está vinculada formalmente y tiene acceso a la seguridad social y al régimen
pleno de pagos prestacionales y parafiscales, pero los trabajadores informales,
un poco más del otro cincuenta por ciento, están rodeados de insuficiente
atención y protección estatal, de pagos prestacionales nulos, y de gran
incertidumbre ya que su labor se “gana” todos los días en el día a día, es
decir, en la economía del rebusque. Estos últimos son población ocupada en
labores informales y generalmente precarias, donde al comenzar el día se siente
la incertidumbre de cómo terminará y qué se logrará con el esfuerzo de su
dedicación cotidiana, frecuentemente deambulando por las calles.
Lamentablemente,
las nuevas tecnologías y los modelos de trabajo actuales producen el
desplazamiento de trabajos formales plenos y su rodamiento a la informalidad.
Por supuesto, significan, progreso y modernidad, pero con un costo social en
ocupación que puede ser muy alto y desesperanzador para estos informales.
Si
al desenvolvimiento del trabajo formal le sumamos la gran cantidad de puestos
de trabajo que se cancelaron al cerrar los negocios, pues, desafortunadamente
la consecuencia son los innumerables avisos de arrienda y vende, donde antes
había una actividad productiva, se crea un escenario de gran preocupación y de
lenta recuperación. El impacto económico, anímico y social en las familias
afectadas es innegable, y no es para menos, pues atravesamos la peor recesión
en la historia del país.
De
hecho, en el país se ha acuñado la palabra precariado, para significar el
segmento de la fuerza laboral que apenas logra sobreaguar en su actividad
productiva, sin esperanza de que esto cambie en un corto o mediano plazo. La
angustia de estas familias es muy grande. No cabe duda de que muchos
colombianos hoy forman parte de ese precariado y que pueden llegar a niveles de
informalidad en cualquier momento, de no existir un proceso robusto de
recuperación económica, sostenido, creciente y sostenible.
Lo
malo es que durante un período de recesión muchas son las actividades
productivas que atraviesan por fuertes dificultades por la caída en la demanda,
si la gente no tiene ingresos suficientes, o ve el horizonte con incertidumbre,
deja de comprar o sólo compra lo estrictamente necesario, con lo cual se
desanima la demanda y por consiguiente la recuperación profunda no llega, es
como un círculo vicioso de menor demanda, menor crecimiento económico y menores
posibilidades de recuperación de la actividad productiva, y con ello se tendrán
más angustia y mayor desesperanza en muchas familias y grandes amenazas en el
precariado.
Para
romper semejante complejidad de situación se requiere que la “mano” del Estado
saque a la economía de la recesión a partir de la generación de demanda con
obras de infraestructura, mayor gasto social y concesión de subsidios a
sectores vulnerables. Ya se anuncia un plan por $135 billones para los próximos
6 años. Estas erogaciones adicionales, por un lado, dinamizan la actividad
económica y, por el otro, generan ocupación creciente. Sin embargo, es un
complejo problema, dado que el Estado colombiano también se ha visto afectado
por los esfuerzos para combatir la pandemia, y sus inveterados problemas de
burocracia y corrupción. De hecho, aún sin comenzar ese generoso plan de
inversión pública, ya el gobierno es mirado con recelo por las calificadoras de
riesgo por elevar su déficit fiscal al 9% del PIB y su endeudamiento al 65% del
mismo producto interno bruto para atender la pandemia, guarismos estos
impensables en una época de normalidad. De nuevo, el círculo vicioso aparece
también para el Estado, no debe sobre extender su endeudamiento ni su déficit
fiscal para no conducir a la economía a un escenario de no viabilidad por el deterioro
de las finanzas públicas, lo cual finalmente se traducirá en mayores impuestos
y contribuciones al sector privado, agotando sus propias capacidades de
inversión y crecimiento, o sea, como la figura “del perro mordiéndose la cola”,
así nunca avanzará.
Sin
embargo, el único capaz de generar alguna solución del tamaño requerido es el
Estado, por supuesto con la contribución del sector privado en el mantenimiento
y acrecentamiento de su actividad propia productiva y de la ocupación de las
personas en la economía. Ya el gobierno nacional busca dichas soluciones
acudiendo a las líneas contingentes de crédito de los organismos
multilaterales, a la venta de activos, la congelación de gastos y la creación
de nuevas fuentes de ingresos como se espera que se generen de la próxima
reforma tributaria y fiscal.
Lamentablemente,
cuando los aspectos sociales se deterioran, se crea el caldo de cultivo del
populismo, para invitar a los ciudadanos a votar o adherirse a soluciones que
son “cantos de sirena” en medio del desespero y que se presentan en forma
mesiánica como la redención de todos los problemas. Ya veremos a la izquierda
del país hablar de que la culpa es del establecimiento, de los empresarios
privados, de los pensamientos promercado y pro sector privado, de la necesidad
de más Estado totalitario para resolver la crisis social y económica, vendrán
toda clase de promesas sin reparar en el estado real de las finanzas públicas o
en la debilidad del sector privado. Estas promesas durarán mientras dure la
campaña, porque una vez en el poder, como siempre ha sido, vendrán las excusas,
los favoritismos, la corrupción y la incapacidad de solucionar en un corto
plazo, tamaña problemática económica, social, empresarial y familiar.
Nadie
que ofrezca soluciones rápidas y milagrosas, está diciendo la verdad, el camino
será arduo y doloroso para restablecer la economía de Colombia y regresarla al
menos al estado pre-pandemia, eso puede tardar varios años y habrá sectores y
negocios que no se recuperarán. Los amigos del socialismo de estado, tipo
Venezuela, Nicaragua, Argentina o Cuba, aunque saben muy bien lo que va a
ocurrir, ofrecen “soluciones mágicas” para que el Estado, que ellos
supuestamente liderarán, sea la fuente inagotable de solución de los problemas
que se han creado, de muchos años atrás unos o recientemente otros. El
socialismo como lo han propuesto Chaves y Maduro en Venezuela, Petro en
Colombia, Ortega en Nicaragua o Fernández en Argentina, o como ha sido la
historia de Cuba, ha demostrado su incompetencia y por el contrario ha
conducido al saqueo de los países por parte de las camarillas del gobierno
autoritario y autocrático en que se convierten. Si no queremos que haya más
precariado o una economía más precaria para todos, alejémonos de esas
rutilantes imágenes del socialismo como la solución económica y social que
Colombia necesita.
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