Comentario 19/06/2023
LEGITIMIDAD
Y BUEN GOBIERNO
Por: Carlos Alberto Mejía C.
Ingeniero Industrial y Administrativo.
https://reflexiones-de-cam.blogspot.com/
Nota: Los hechos históricos de
este comentario son tomados de diferentes páginas web.
Por
supuesto que cada gobernante tiene o debe tener su ideología política la cual
guiará su obra de gobierno, pero una cosa es la ideología y otra, muy distinta,
es el buen gobierno. Hagamos primero una pequeña discusión sobre los partidos
políticos tradicionales en Colombia, los cuales, después de la violencia
política entre liberales y conservadores en los años 50, finalmente acordaron y
firmaron el frente nacional que permitió la pacificación del país por la
alternancia entre gobiernos de corte liberal y de corte conservador,
respectivamente, en los períodos que a cada partido correspondían. El Frente
Nacional fue un pacto o acuerdo político entre esos partidos, vigente en
Colombia entre 1958 y 1974. Las principales características de este período
fueron la alternancia de la presidencia durante cuatro períodos
constitucionales de gobierno de coalición, la distribución de los ministerios y
de la burocracia en las tres ramas del poder público (ejecutiva, legislativa y
judicial). En este período, el candidato presidencial era elegido por acuerdo
bipartidista, y la distribución igualitaria de las curules parlamentarias se
mantuvo vigente hasta 1968. El principal objetivo de este acuerdo político fue
acabar de consolidar la pacificación y contribuir a la reorganización del país
luego del régimen de Gustavo Rojas Pinilla, quien quería perpetuarse en el
poder y formar una dictadura. Ese acuerdo de partidos funcionó bastante bien
pues sus gobiernos tuvieron ideologías partidistas, pero con legitimidad
democrática, sin dejar de afirmar que ese período político del país dejó
algunas inquietudes.
El
problema, es este caso, no estuvo en la bienvenida pacificación del país frente
a la violencia partidista, sino en la exclusión de terceras ideologías que no
participaron en ese acuerdo político y que representaban otras tendencias
ideológicas diferentes, especialmente de izquierda, lo cual derivó en intensas
confrontaciones políticas en las votaciones y campañas que se sucedieron luego
de la terminación del frente nacional y en acusaciones sucesivas de unos
gobiernos hacia otros, alimentando una intensa polarización entre los
ciudadanos. Sin embargo, hoy el país tiene, por primera vez en sus más de 200
años de historia republicana, un gobernante de la izquierda radical que se
autodenomina como progresista, con una visión estatista, autoritaria, populista
y autocrática.
Tras
el asesinato de Luis Carlos Galán, en 1989, se dio lugar a un movimiento
estudiantil y político que propuso la convocatoria a una Asamblea Nacional
Constituyente para las elecciones de 1990. Las desmovilizaciones de los grupos
guerrilleros, del Movimiento 19 de abril (M-19) en 1990, el Ejército Popular de
Liberación (EPL) y el Movimiento Armado Quintín Lame en 1991, contribuyeron a
crear un ambiente social en el que la transformación del país por la vía
política y jurídica se veía como el camino más promisorio. El movimiento
estudiantil promocionó la Séptima papeleta para las elecciones legislativas de
1990. La Corte Suprema de Justicia reconoció la mayoritaria voluntad popular
validando esos votos. En diciembre de 1990 se convocaron a comicios para elegir
los representantes a la Asamblea Nacional Constituyente, la cual promulgó la
nueva constitución el 4 de julio de 1991. Los presidentes de la constituyente
fueron una mezcla variopinta de pensamientos, tales como: Álvaro Gómez Hurtado
por el Movimiento de Salvación Nacional de origen conservador, Horacio Serpa
por el Partido Liberal y Antonio Navarro Wolff por la Alianza Democrática M-19.
De esta forma, la historia de Colombia tuvo un giro sin precedentes al
considerar el espectro completo de ideologías en el nuevo acuerdo social, la
Constitución de 1991, ya que no solo se logró un cambio constitucional sino
también que el grupo guerrillero M-19 entregó las armas y se integró a la vida
política nacional y a las comunidades indígenas se les garantizó representación
en el Congreso de la República. Esto demuestra que puede haber colaboración
armónica entre diferentes ideologías, por el bien del país, pero siempre que
haya legitimidad.
Ahora,
durante los últimos años, las diferencias ideológicas de los partidos
políticos en Colombia y el reconocimiento e importancia de esos partidos o
grupos políticos opositores se ha ido desdibujando, desde las convicciones de
“tuerca y tornillo”, en personas que por tradición y aún sin entender cuáles
eran esas diferencias, al final terminaban blandiendo el trapo rojo, el verde,
el amarillo o el azul, colores emblemáticos de los individuos de la izquierda,
de centro o las de derecha, respectivamente. De hecho, el desprestigio de los
partidos políticos por problemas de corrupción y clientelismo, así como la
pérdida de legitimidad de algunos de sus representantes en el Congreso de la
República como órgano legislativo, es evidente. Según las diferentes encuestas
de opinión, la credibilidad de la clase política es muy baja y su escaso
liderazgo es consecuencia no de sus ideas sino por sus conductas clientelistas,
corruptas, politiqueras, burocráticas y demagógicas. En sentido contrario y
para no generalizar, algunas personas de la clase política tienen
reconocimiento y aceptación como dirigentes con ideas y realizaciones serias,
pero no por el partido al cual pertenecen, sino por sus calidades individuales
como dirigentes.
Según
los estudios y análisis realizados sobre los innumerables partidos que hay en
Colombia (como 30 actualmente, que horror, verdaderas maquinarias de avales),
se demuestra que, en la práctica, las diferencias surgen de la aceptación de
las personas que los lideran más que del ideario que representan. El
transfuguismo, es decir el cambio frecuente de partido o de grupo político, por
intereses meramente electorales, burocráticos o por beneficios económicos,
demuestra que la ideología les destiñe a esas figuras, a veces luminarias de la
política, quienes, al final, no “saben” a nada, sus arraigadas convicciones son
ninguna. Son “máquinas” tramitadoras de temas políticos al servicio de quien
más beneficios les ofrezca. De ideología, prácticamente muy poco contenido,
aunque vociferen en sus discursos de plaza pública en la búsqueda de incautos
seguidores.
Pero,
en el marco de la Constitución de un país, una vez aprobada, deben caber las
diferentes tendencias políticas y sus distintos enfoques sobre el Estado, la
sociedad, el libre mercado, la propiedad privada, el régimen de libertades y
las normas sobre equidad e igualdad, como se hizo con la Constitución de 1991
en Colombia. En consecuencia, con la pérdida en la significación de los
partidos políticos y sus ideologías, los representantes de dichas instituciones
deberían tener un compromiso mayor por el buen gobierno, el crecimiento y el
desarrollo del país para generarle a los colombianos oportunidades diversas y
en toda la geografía, tales que, efectivamente, los ciudadanos, sin distingo
alguno, dispongan de más progreso y bienestar.
El
mismo gobierno de Petro, respetando su ideología, debería ser una fuente de
legitimidad y buen gobierno, pero, hasta ahora, sólo exhibe un discurso con
ideología radical y confrontación total con los ciudadanos que no comparten sus
reflexiones políticas, su credibilidad está sometida a juicio por un sinnúmero
de escándalos y sus realizaciones prácticamente son muy pocas. Más buen
gobierno, legítimo, creíble y serio y menos consignas políticas, es lo que
necesitamos: Acciones y ejecuciones de desarrollo y crecimiento, no discursos y
proclamas de tinte político radical.
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