Comentario 26/06/2023
LOS
DISLATES DE PETRO
Por: Carlos Alberto Mejía C.
Ingeniero Industrial y Administrativo.
https://reflexiones-de-cam.blogspot.com/
Uno
de los mayores logros del país en los años 90s, con la apertura económica, y
con la constitución del 91, fue el haber avanzado en la concepción amplia de
admitir la participación del Estado y también del Sector Privado en la
prestación de servicios críticos que se reservaban, frecuentemente, al Estado.
Estamos hablando de servicios sensibles y de contenido social como la energía,
la educación, la salud, las pensiones, la infraestructura y el bienestar
ciudadano, por ejemplo. Nadie duda actualmente del enorme progreso y los
beneficios que el país y su ciudadanía han recibido de tan importante
regulación, la cual permitió mayor intervención del sector privado en la
economía antes circunscrita al Estado y en algunos casos la privatización de
tareas que previamente se cumplían en forma ineficiente y corrupta, como,
lamentablemente, ocurren en muchas empresas del Estado.
Aunque
algunas ideologías políticas le dan primacía al Estado sobre sobre el sector
privado y en otras, lo contrario, lo cierto es que en el mundo contemporáneo
ambas formas de prestación de servicios y de protección de riesgos sociales
deben coexistir, con orientaciones distintas, por supuesto, pero
complementarias: el Estado con un fuerte enfoque y énfasis en lo social y en la
superación de la pobreza y la desigualdad y el sector privado, en la prestación
de servicios eficientes, con avance tecnológico, innovación y niveles de
atención con gran calidad y oportunidad, para afrontar su competencia nacional
o internacional e inducir la preferencia de sus clientes.
Como
es obvio, la motivación del Estado en la prestación de servicios los cuales,
con alto contenido social y de subsidios, están dirigidos a poblaciones
vulnerables o de bajo nivel de oportunidad y de ingresos, quienes no tendrían
mayores facilidades de satisfacer sus necesidades sin los apoyos del Estado.
Por el contrario, los servicios particulares van enfocados, generalmente, a un
público con nivel de ingresos superiores, demandante de servicios diferenciados
y de mayor calidad u oportunidad.
Ambos
tipos de servicios, privados y públicos son diferentes, no sólo por su origen,
además, por las fuentes de financiación y por sus modelos de gestión. Mal
haríamos en tratar de unificarlos, uniformarlos o integrarlos. Son estructuras
gerenciales, modelos de operación, aplicaciones científicas, infraestructuras,
ubicaciones geográficas y diseño de soluciones de servicios diferentes. No es
que una persona de menores ingresos no pueda acceder a servicios de carácter
privado, cuando así se requiera. El uso de equipos, insumos, laboratorios,
especialistas, infraestructuras, etc., del sector privado también están
diseñados para atender, cuando se requiere, a alguien de menor nivel de
ingresos, como fruto de subsidios del Estado en el pago de los costos de los
respectivos servicios. Es una cuestión de costo no de discriminación de las
personas.
Es
inevitable pensar y aceptar que en las sociedades hay diferentes niveles de
ingresos, igual que hay diferencias individuales entre todos los ciudadanos, en
educación, en experiencias y en accesos y facilidades para los individuos. Si
bien la política social de los gobiernos debe usar todas sus capacidades para
minimizar esas diferencias, y los particulares, a través de sus impuestos, con
la generación de empleo y con su desarrollo e inversión, contribuyen
eficientemente a que las desigualdades se acerquen, no a que se distancien cada
vez más.
Sin
embargo, en el gobierno de Petro se quiere echar reversa a los significativos
logros que el modelo de la apertura económica ha significado para el país.
Ahora, por arte de birlibirloque y de su ideología de izquierda radical, con
una severa inclinación anti-sector privado, anti-empresarios y anti-organizaciones
privadas, de nuevo quiere estatizar lo que era privado o mixto, como ocurre con
la reforma a la salud o la de las pensiones, o el control de las tarifas de
energía, o las normas sobre permisos y licencias sobre hidrocarburos, o en
minería o energía, por ejemplo. Exploremos los dos principales ejemplos
citados, por su impacto inmediato sobre todos los ciudadanos:
La
reforma a la salud, tiende a desaparecer, a través de los años, las empresas
coordinadoras de las redes de servicios de salud, las EPS, y su fundamental
papel de aseguramiento de la salud, al exigir transformarlas forzosamente en
gestoras de salud, en la práctica tramitadoras de documentos, porque su rol
científico y técnico en salud, así como la administración de los recursos se le
traslada a la ADRES, organismo del Estado que canalizará los pagos a los
prestadores de los servicios médicos y sanitarios (IPS). Vamos hacia centros de
atención primaria esencialmente del Estado, si bien las EPS que se transformen
podrían prestar estos servicios, no con completa cobertura nacional, ya que en
las regiones remotas es el Estado quien debe prestarlos puesto que no son
costeables para el sector privado.
En
el caso de las pensiones, vuelve y juega, todas las personas con actividad
laboral, dependientes o independientes, van a pasar a cotizar para su pensión
obligatoriamente en Colpensiones (empresa del Estado) hasta tres salarios
mínimos de ingresos. En la práctica, dado que cerca del 90% de las personas
gana hasta tres salarios mínimos, el grueso de los cotizantes pasará a
Colpensiones y en el tiempo desaparecerán los Fondos de Pensiones Privados
(AFP), por menor número de cotizantes y por agotamiento de los recursos administrados
a medida que se paguen las pensiones y no haya un volumen significativo de
nuevos cotizantes, lo cual los hará inviables económicamente en el campo de
pensiones obligatorias.
Estos
son algunos de los dislates de Petro, pero en la misma dirección van otras de
sus las políticas para estatizar lo desestatizado en los inicios de los años
90, es decir, volver a politizar, burocratizar, “clientelizar” organizaciones y
servicios eficientes que venía prestando el sector privado para llevarlos a la
demagogia Estatal de la izquierda radical. ¡Qué horror! Vamos para
organizaciones empresariales estatales de servicios sensibles para los
ciudadanos, para volverlas del tipo de los modelos cubano o venezolano, por
ejemplo, con políticos a bordo, muchas veces corruptos, y todo controlado por
el Estado, como si fuera un “ser” superior, omnímodo, omnipresente y
omnisciente.
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